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LA ESPIRITUALIZACIÓN DE LA DANZA




Isadora Duncan afirmaba: “Desde los días más tempranos de la civilización del hombre, desde el primer templo que éste construyó, siempre ha habido un dios, una figura central. La pose de este dios es también expresión de su ser y puede denominarse danza”


Los artistas inscriptos en esta corriente rechazaron las estructuras y formas neoclásicas, proponiendo un lenguaje trasgresor entre lírico y naturalista. Este naturalismo no era el mismo a aquel con el deseo de reproducir la realidad con una objetividad perfecta en todos sus aspectos, tanto en los sublimes como en los más vulgares. Sino que buscaba restablecer la relación entre el ser humano y la naturaleza, recreando su original dependencia.
El anhelo de aquellos artistas de las primeras décadas del siglo XX era el de recuperar la libertad natural y a través de esa pureza, alcanzar lo sublime
La espiritualidad naturalista a la que me estoy refiriendo aludía a una danza abierta hacia lo eterno de la naturaleza.
La búsqueda de la espiritualidad en la naturaleza estaba en consonancia con la reaparición de idea metafísicas, con el retorno de los estudios sobre cábala, misticismo y alquimia, con el florecimiento de fraternidades y logias. Aparecían en la danza credos extraños construidos a partir de una visión del pasado mediatizada por los movimientos teosóficos, oculistas y orientalistas propios de esa época.
La revaporización de aspectos irracionalistas, espiritualistas o místicos formó parte de esta nueva subjetividad inaugurando diferentes caminos que respondían a la necesidad de liberar al cuerpo de toda restricción artificialmente impuesta.
Los artistas, profetas, de la danza debían rechazar la concepción del hombre como alguien separado de la naturaleza, debía sentirse parte de ella, abrirse a sus fuerza espirituales y prepararse para traducir su sabiduría.
Isadora Duncan, Mary Wigman, Rudolf Laban y Ruth Santa Denis son reconocidos habitualmente como aquellos que construyeron la narrativa fundacional de la danza moderna.
Para Isadora el cuerpo era una materia sensible que debía ser necesariamente reinterpretada desde un profundo misticismo. Pensaba que la danza era una oración, un acto de recogimiento compartido con la audiencia para elevarse colectivamente a otro estado de conciencia.
Isadora intentaba recuperar el sentido sagrado y simbólico del cuerpo transformado en un canal dinámico para alcanzar una realidad superior. “La danza es para mí la expresión del cuerpo que refleja el alma en éxtasis”
La espiritualidad de la naturaleza fue una de sus fuentes de inspiración. La danza verdadera, pura, debía surgir a partir del movimiento puro que recorría todos los fenómenos naturales, incluido el cuerpo humano.
La expresión era algo en donde no intervenía ni el aprendizaje ni la experiencia.
La expresión desalojaba a la palabra, como principio generador del movimiento, a pantomima nunca me ha parecido un arte dice Duncan.
De manera individual o en comunidades era evidente la fuerza con qué comenzaba a desarrollarse una nueva cultura estética corporal unida a un profundo espiritualismo que inauguraba una actitud hacia el cuerpo que no reconocía precedentes por su intensidad y complejidad.

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