lunes


“Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final él mismo se convierte en esas historias. Siguen viviendo cuando él ya no está. De esta forma, el hombre se hace inmortal”.

Dos acontecimientos importantes y significativos en mí como la muerte de unos de mis peces con el que llevaba horas de contemplación y la celebración del día del padre me conducen a escribir sobre esta película, este domingo.
“El gran pez” (2003) es una película de Tim Burton totalmente alejada de su estética gótica que lo caracteriza. La película cuenta la historia de un hombre querido por todos, Edward Bloom (interpretado en diferentes momentos de su vida por Ewan McGregor y Albert Finney) que siempre tiene una historia a mano que supera todos los límites de la realidad. Historias que fue enriqueciendo en cada versión. …“Fue aquella noche cuando Carl encontró su destino, y yo el mío… casi. Dicen que cuando conoces al amor de tu vida el tiempo se detiene… y es verdad. Lo que no dicen es que cuando se vuelve a poner en marcha, lo hace aún más rápidamente para recuperar lo perdido”.
Toda su vida parece haber transcurrido en una dimensión paralela, en un mundo distinto al nuestro, algo que todo el mundo acepta y escucha pero que no entra en la cabeza de su hijo (Billy Crudup), quien harto de las historias de su padre y de su afán para llamar la atención, termina enemistándose con él. No se hablaron durante tres años pero cuando la salud de Edward sufre una recaída, su hijo decide volver a su hogar no sólo para acompañarlo en sus últimas horas, sino también para averiguar la verdad de todas sus historias.
“El gran pez” nos permite reflexionar sobre el arte de la narración oral y las transformaciones por la que pasan las historias a lo largo del tiempo. La película nos hace recordar a las historias trasmitidas por nuestros padres durante la infancia, esas historias exuberantes, en las que no hay grises y todo es extremo. Historias que se quieren escuchar una y otra vez, pero la infancia termina, los requisitos hacia los padres son otros y siguiendo nuestra fastidiosa lógica, los cuestionamientos no tardan en llegar. Los padres dejan de ser la única referencia con respecto al mundo exterior y uno empieza a hacerse su propia idea del universo. Es lo que le pasa al hijo de Edward Bloom, quien necesita que la figura de autoridad del padre no se diluya en un montón de historias fantasiosas. Lo que no entiende su hijo es el mundo fantástico que Bloom se ha inventado es más luminoso, más colorido e interesante que ése en el que ha vivido de verdad, que su padre prefiere la ficció ates que la total realidad. Y la obstinada indagación de Willy sólo lo llevará a descubrir que el muro que separa la realidad de la ficción es muy permeable.
Gracias por todas tus historias papá.

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